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Viernes, 08 de Abril de 2011 12:29

El fantasma de Paula

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Había pasado ya una semana desde la última vez que hablé con Pau. Nos conocíamos desde hace 50 años y es mi esposa desde hace 45. Sin embargo nunca la había visto tan preocupada, tan deprimida. Recién salíamos de la rutinaria visita médica de todos los viernes de fin de mes, cuando perdió esa serenidad tan admirable que había sabido mantener durante de estos meses. Nunca fue un secreto que la enfermedad era incurable, pero consolados por vivir con una vitalidad inimaginable para nuestros abuelos, sentíamos que la muerte sería un adorno, una cereza roja coronando al más dulce de los amores.

Mas todo cambia cuando la fecha lejana y borrosa de nuestro fallecimiento se acomoda en la sala de nuestra casa, esperando pacientemente guiarnos hacia el aposento donde está nuestro lecho final. Había formas de retrasarlo, sólo un poco, pero mi Pau sabía que al final, más temprano que tarde dejaría de ser ella, pero sobre todo nosotros. Se me partía el alma cada vez que pensaba en que los amaneceres eran una cuenta atrás y que cada beso podría ser el último. Así que preferí agrupar mi amor y ayudarla a vivir plenamente todo lo que nos fuera posible.

Entendí sin muchas palabras que deseaba estar sola un tiempo, por lo que estos últimos días me limité a llamar un par de veces para saber cómo seguía. Mas en todas las ocasiones su móvil salía apagado, pero seguía enviándome cada 10 minutos su ubicación. Permanecía en la casa que había sido de sus padres, sola y a sus anchas, seguramente pensando en mil cosas. Ella también supo que en algún momento estuve por ahí, el mensaje geolocalizado que le dejé en el portal, se activó en cuanto lo atravesó y me dio un acuse de recibido.

Tal como he dicho, había pasado una semana desde nuestra última conversación y ese sábado, vestido con mi avatar, decidí pasear por calles de ciudades que nunca podrían ser reales, pero no por eso, para mí y para muchos que estábamos ahí, eran menos verosímiles. Vi a mi papá caminando con la representación virtual de mi madre, aunque ella ya ha fallecido, mi padre se ingenió una forma para que una versión algo torpe de su esposa, lo siguiera acompañando. Lo saludé y comenzó a contarme sobre su semana en el asilo, detalle por detalle, aunque siempre exagerando, al señor le gusta mentir, pero con el fin de sacar una risa. La conversación comenzaba a animarse justo cuando entró una llamada a mi móvil, lo respondí utilizando mi avatar, y vi que se trataba de Paula, me llamaba para vernos en un restaurante cerca de la puerta del Sol. Colgué y le comenté a mi papá que era mi esposa, y que tenía que volver a la realidad.

Abrí mis ojos y nuevamente estaba en nuestro cuarto. Salté de la cama hacia la ducha y luego escogí un bonito atuendo que había en el ropero. No sabía exactamente qué esperar, se rompería en llantos a penas me viera o sería peor. Era mejor no pensar mucho en el asunto porque podría volverme loco. Lo único que hice fue comprarle una ramo de flores, una tarjeta y dedicarle un poema medio hecho que le había escrito esa semana.

Cuando llegué al restaurante italiano que había elegido, ya estaba en su interior, vestida como si hoy fuera la noche más especial del mundo. Tenía meses de no ver esos labios pintados de un rojo tan provocador, y oler el perfume que despedía su pelo cada vez que lo acomodaba. Estaba de buen humor y la plática fluyó con una alegría que me hizo recordar nuestros primeros años. Y mientras la veía reírse y me hacía reír con sus ocurrencias, por un momento olvidamos lo que nos había distanciado.

Acabó el postre y se puso de pie. Dejó en la mesa su tarjeta de crédito y me susurró que deseaba verme en par de horas en la casa de sus padres, haríamos algo especial juntos. Se llevó mi vehículo y yo me quedé en un bar haciendo tiempo. A eso de las 11 entré a la casa sin necesidad de identificación, la puerta estaba programada para reconocerme. Me sentía bastante mareado por el licor y me senté en la sala hasta que sin saber de donde, apareció una imagen de cuerpo completo de Pau, un maniquí de luz, que con el suave deslizar de una sombra blanca, me llevó hasta el dormitorio principal.

Ahí fue cuando con mis ojos enturbiados por la bebida la vi, parecía haberse dormido por estarme esperando. Pero al acercarme a despertarla, noté que en su rígida mano derecha tenía un bote de pastillas para dormir. Grité como si un cuchillo me arrancara el alma del cuerpo. Me puse de pie y vi el vaso de vodka con el cual había deslizado por su garganta el medicamento, y lo lancé contra la imagen que me observaba desde el techo. Maldije como un loco y me tiré al suelo con el corazón completamente desecho. No sé cuantos minutos pasaron hasta que se me calmó un poco el llanto. Me había llegado la más inconsolable de las ideas. Tomé las pastillas y botella de vodka y tragué sus contenidos casi sin respirar. Lo que pasó después me es difícil de recordar, escuché voces, oí ruidos de máquinas, discos duros agitados por el software, pero no les di importancia, a mí solo me interesaba la muerte.

Sumergidos ahora en este nuevo mundo, con sus propias leyes y acertijos, la existencia es cada día más interesante. Y aunque sé que no es el verdadero Sol lo que se alza todas las mañanas, ni que riachuelo que pasa por detrás de nuestro jardín es real. Cuando la veo tomando un poco de agua, siendo un fantasma virtual que ciertamente no necesita hidratarse, el saber que podré mirarla, besarla y sentirla, ha vuelto a esa mujer inexistente, en una infinitamente más real.

Ultima modificacion el Domingo, 29 de Julio de 2012 18:33

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